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Margarita
Bustos en Existencial(es) divide su libro en dos partes, como en
un díptico contemporáneo, donde pueda leerse (buscarse) lo que
se dice y lo que no, lo que queda fuera, entre paréntesis, de la
vida, de la existencia.
Es por eso que el libro se adentra en la historia "menor",
cotidiana, sabiendo que los grandes relatos los ha escrito la
hegemonía, el patriarcado; dejando a un lado y entre paréntesis,
numerosas voces, disímiles discursos.
El libro se construye entonces como un tramado colectivo
dividido en secciones. La primera, encabezada por una cita de
Malú Urriola: “Lo mío es lo pequeño, lo que apenas puedo ver, no
escribo sobre cosas extraordinarias no tengo el tic de poeta
nacional..." fija la primera directriz del poemario.
En esa primera sección, acaso la más lírica, la batalla se
entabla con el lenguaje, insuficiente, para escribir: "un poema
sin palabras, insoluble, intransferible", que hable a porfía y
de cuenta de lo absurdo haciendo aguas por todas partes. La
palabra, corrompida de uso y cotidianidad, no puede nombrar lo
que el silencio dice, adscribiendo a la máxima pizarniana de
que: “la palabra es de plata, pero el silencio es de oro".
El silencio ontológico, existencial, de la lengua, es también
personal, colectivo, es nacional, amordaza a todo un país. Es la
noche contemplada desde la cicatriz, los cuerpos, lo
desaparecido, los desaparecidos, el residuo, lo que no se
nombra. Es el silencio de Marta, silente, partida como un país,
allí donde se pierde el nombré de las cosas y se busca la
palabra extinta para volver a nombrar, a gritar y a
reconstruirse, como sujeto cívico, como nación.
La segunda sección encabezada con versos de Hugo Mújica, que
dejan " la vida pétalo a pétalo y nunca jamás la rosa", junto a
una xilografía de Ximena Saiter, de Chiloé, y un verso de
Violeta Parra, marcan el paisaje físico y moral desde el que se
escribe: "De este cielo estrellado, buscando la cruz del sur, al
centro de la injusticia".
Desde este centro, profanado, se reescribe un Padre Nuestro a la
Matria, que es quien abre los brazos inclaudicables, a lo
inclusivo, a la diferencia. "El resto es secreto, es silencio".
El poema desciende entonces a la noche, entra en lo contingente:
las expropiaciones de tierras a pueblos originarios, la venta de
recursos a transnacionales, las máscaras cotidianas que cubren,
desaparecen los rostros, los genocidas que mueren impunemente
"al centro de la injusticia". Injusticia que no se limita a la
demarcación de un país, de una geografía: Chile, sino que
pareciera abarcar toda la tierra. Se desplaza a Ciudad Juárez, a
Colombia, Palestina, Ucrania, Siria, Israel, Alepo, Damasco.
Donde el imperio del Tío Sam, asume la cruzada del espíritu
(político, económico) y la Paz yace moribunda, extinta, como la
palabra.
Del otro lado, el mar. Del otro lado, los chilotes que resisten
la invasión del "progreso" y "tejen un nuevo corazón de lana".
Porque con el Epílogo con que cierra el libro, ironía y homenaje
a Juan Luis Martínez, este libro es un tejido común, que hila en
la memoria colectiva. En él resuenan las voces de Malú Urriola,
de Elvira Hernández, de Alejandra Pizarnik, de muchas que
añadieron una sílaba al poema, que retoma y acrecienta Margarita
Bustos, en este conciso, excelente libro, donde lo existencial
pugna por romper la mordaza, la mudez y el paréntesis y busca
otra vez la palabra, que reconcilie con lo humano.
Isla Negra, octubre 2017.
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