|
SIGNO DE LOS TIEMPOS
“Que el mundo
fue y será
una porquería, ya lo sé.
En el quinientos seis
y en el dos mil, también.”
E. S. Discépolo, Cambalache.
Aquella cosmovisión optimista, de contagiosa esperanza, que
albergaron los relatos de la modernidad, colapsó junto con la
última conflagración mundial y, a partir de mediados del siglo
pasado, en los textos literarios se instala la apática mirada de
la indiferencia y el más brutal descreimiento con cualquier
proyecto humano; esta actitud no debe extrañarnos, es la
característica primordial y en cierta medida llega para
inaugurar la llamada corriente de la posmodernidad. Aunque para
varios estudiosos y observadores estos síntomas ya asomaban en
la literatura francesa, particularmente en relatos como El
extranjero de Camus o La Náusea de J.P. Sartre. No obstante es a
partir del espectacular desplome de los socialismos reales, -que
coincide con la caída de la dictadura de Pinochet en Chile- y,
la aparición de fenómenos como el neoliberalismo es que adquiere
realidad aquello que sostiene Enrique Santos Discépolo en su
tango Cambalache “los ignorantes nos han igualao”.y “… resulta
que es lo mismo/ ser derecho que traidor,/ ignorante, sabio o
chorro,/ generoso o estafador... ¡Todo es igual! ¡Nada es
mejor!...” En efecto, como consecuencia directa de la
globalización y de las brutales y despiadadas leyes del mercado,
el fenómeno de la posmodernidad, se instala con abrumadora
presencia en la literatura que se escribe y publica hoy en día.
Existe la sensación generalizada de que a partir de cierto
momento el mundo ha devenido en una trampa; un sitio hostil. De
pronto todo tiene precio, todo se encuentra en venta; en el
mercado se pueden adquirir inmuebles y vehículos, pero también
gestos y sonrisas, hasta virginidades y morales. En la nueva
jungla del mercado los objetos valen más que los seres: Y los
seres valen por lo que tienen. La apariencia lo es todo. El
interior puede estar perfectamente vacío; a nadie le preocupa. A
nadie le importa. En esta nueva realidad, donde se ha hecho
tabla rasa, los valores naufragan y aquel poderoso caballero que
es Don Dinero se convierte en la única medida; tanto tienes,
tanto vales. El escritor, quien escribe, -en esta caso Paulina
Correa-, se ve inserto en una existencia cuyo torrente se
precipita en estos rápidos donde –a una velocidad mayor que la
de la luz, las verdades cambian de signo y las cosas se
enrarecen, se mimetizan en una niebla gris y opaca. Y, los seres
se degradan cotidianamente con la misma indiferencia que si
estuvieran adquiriendo títulos nobiliarios. Nada es diferente,
ni la educación ni los buenos modales. Si puedes pagar: todo
vale. Puedes adquirir riñones, afectos, impunidad. Y entonces
sucede, como resultado natural del proceso literario, que
cualquier circunstancia o vivencia que el escritor plasma en
palabras viene a dejar constancia y se convierte en una cifra de
la época.
Este libro de relatos, titulado Signo de los tiempos, que
Paulina Correa presenta hoy, bajo la forma de cuentos, irradia
la atmosfera posmoderna en que fueron concebidos, son
tremendamente inmediatos, reconocibles, con un sabor a algo
indefinible y que sin embargo ya hemos tenido el sospechoso
privilegio de probar. Huelen a épica urbana, son inevitables,
con esa urgencia despiadada que caracteriza la vida actual. Son
cotidianos y citadinos. Deambulan por sus páginas una amplia
galería de criaturas que parecen sorprendidas y entrampadas en
la misma atmosfera enrarecida, ya se trate de operadores
políticos, mujeres en procura del efímero placer o sicarios que
asesinan para ser asesinados. Cuentos breves, directos e
implacables. Escritos con milimétrica exactitud. A ratos
pareciera que el autor no dispone de tiempo para ocuparse -o
preocuparse- de nada accesorio, va directo a la esencia, como un
puñal a la yugular, buscando la medula. Los personajes a ratos
asoman en uno o dos trazos y parece que la única identidad que
tienen es la mentira, la capacidad camaleónica de sobrevivir en
un mundo que los fagocita. Sin identidad, inventándose disfraces
y máscaras para tratar incluso con los seres más cercanos que
nunca fueron y ya no serán seres queridos. Llegaron atrasados a
un carnaval que no los desea y apenas disponen de tiempo para
vivir la loca algarabía de esta Feria de Vanidades.
Paulina Correa escribe prosa y es narradora, estudio teatro y es
abogado, además tiene estudios en Ciencias Políticas, lo que le
otorga sin duda un amplio conocimiento de los personajes y
ambientes de los que se ocupa, además lo hace con un lenguaje
conciso y directo como un golpe al mentón. Consigue aquello que
Julio Cortázar pedía de un buen relato: capacidad noqueadora.
|
|